domingo, 13 de febrero de 2011

Piedad en el llanto




Desbordan las palabras en la saliva de un ángel andrógeno,
sorpresa esbosa al ver laceraciones vocablas
en quienes se nos permite fusionarnos en carnes.
No entiende ese placer y se conduele en el desperdicio.
La ofensa hace mella, un llanto le acompaña,
y en paradoja recrea la ira, cuando se pretendía clemencia.

Los agravios se somatizan,
ahora no bastan las mancillas, han de llevar compañía,
y atentando contra las carnes, nace el primer golpe.
Certero y pétreo culmina un puño en el rostro de su amada,
así le dice, así la siente, aunque esa clase de amor, ni en los infiernos se entiende.

Repite su accionar, una y otra vez, hasta hacerla caer en alfombra sangrienta,
y sin juzgar el ángel busca traerle calma al agresor, recordándole lo que lo unió a ella,
alcanzando tan solo detener la última bofetada.


En el suelo sin responder yace la otrora causante de placeres,
al fin la reflexión llega al guerrero,
y en llanto se avalancha en abrazos sobre su desdichada compañera.
Perdóname mi amor, no volverá a ocurrir.
Perdóname, ¡Perdóname!.

Era la sexta vez en el mes que ese demonio, le hacía prisionero por su desdicha laboral,
y lo conducía hasta el patíbulo de bares, para ahogarlo en efervecentes licores,
haciéndolo retornar a su amada para violentamente exigirle carne,
y ante la primera negativa, iniciar la faena repetitiva.


En el clamor silente de la desdichada,
el Padre Celestial toma piedad y la hace sucumbir del cuerpo,
la libera y ordena a su ángel tomarla entre sus brazos.
El ángel sollozo la reanima y le besa en su frente,
ella despierta sin sentir dolor y se lanza hacia su cuello
como un bebé recuperando a su madre.

No hay dolor, no hay marcas, no hay sangre, ni aroma de ira.
Una paz extraña la hace amodorrarse de nuevo
y cae en el vacío del sueño etéreo de las almas,
mientras espera la llamada del Creador al final de los tiempos.


El verdugo, ahora víctima de su descontrol, aprisiona el cuerpo inerte de su amante,
fría y cuasitítere, sin responder a los desesperados clamores del infeliz.
¡Amor!, amor mío, !responde!.

Silencio por instantes.

En segundos comienzan las voces acusadoras.
La mataste, desgraciado, ¡la mataste!.

Seguían las voces gritando culpa y sugieriendo castigo, suicidio, destrucción.
Era su momento, los demonios han obtenido victoria.

Y una de esas voces logra su cometido.
Dejando caer el abúlico cuerpo de su hembra,
el miserable agresor busca arma fatídica y la encuentra,
y justo antes de asumir castigo, grita a los cielos
¿Porqué, Dios?, ¿Porqué, me has hecho esto?


Todo se ha consumado.
Un ángel llora,
y un Demonio se mofa.



NO DEJES QUE OCURRA DE NUEVO,
TÚ PUEDES EVITARLO.

NO PERMITAS UNA SEGUNDA VEZ.



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